Ljubljana, la prisionera del dragón
La capital de Eslovenia enamora por su belleza tranquila. Lo mejor, los atardeceres junto al río.
La bien amada. Ese parece ser el significado más aceptado de la palabra Ljubljana o Liubliana si el viajero se ciñe a la grafía rigurosa en castellano. Un nombre poético para una pequeña capital (280.000 habitantes) con varios milenios de historia donde se entrecruzan la atmósfera mediterránea con el encanto señorial de las grandes villas centroeuropeas. La ciudad debe buena parte de su actual aspecto al talento del arquitecto Joz˘e Plec˘nik (1872-1957), quien en la primera mitad del siglo pasado convirtió Ljubljana en una Atenas del siglo XX (con sus columnatas y sus galerías porticadas), con guiños a la ampulosidad de Viena o Praga. La capital eslovena exhibe orgullosa sus cinco mil años de historia, esos que se rastrean a través de los vestigios arqueológicos de celtas e ilirios (en el Museo Municipal), de la vieja muralla de la antigua ciudad romana de Emona, el castillo medieval, las fachadas barrocas, los típicos tejados con tejas de barro cocido, el impresionante Parque Tivoli –un jardín de cinco kilómetros cuadrados en el centro de la ciudad donde los locales hacen picnic dominical si el tiempo lo permite– y el innegable legado art nouveau.
Un puente que son tres
Ljubljana es ciudad de leyendas. La más famosa cuenta que Jasón, tras encontrar el vellocino de oro, pasó por Ljubljana y allí venció a un dragón. Este ser mitológico es hoy el símbolo de la ciudad y a él se le dedicó el Puente de los Dragones. Fue la primera gran obra en art nouveau –en Eslovenia se denomina Sezession–, a la que se sumarían varios edificios como el Banco Cooperativo, con su fachada de motivos geométricos, y otros muchos a lo largo de la calle Miklos˘ic˘eva Ulica. Este dragón modernista es una de las postales obligadas de la ciudad junto con otros tres hitos de la arquitectura de Plec˘nik: la Biblioteca Nacional y Universitaria, el Puente Triple (Tromostovje) y el Mercado Central. El segundo es un puente de tres brazos sobre el río Ljublanica. Uno de esos brazos laterales, ambos peatonalizados, conduce al Mercado Central, una construcción porticada de dos plantas a orillas del río que asemeja un palacio renacentista. Dentro, el bullicio habitual de un mercado y una buena oportunidad para hacerse con delicias eslovenas como el prosciutto de Karst o el tradicional pastel potica. El Ljubljanica insufla vida a la ciudad. Puede recorrerse en barcos panorámicos o, como los jóvenes más osados, haciendo stand up paddle. O pasear por sus orillas, repletas de agradables cafés, y soñar sobre sus varios puentes repletos de insólitos elementos decorativos.
El de Trnovo, con pequeñas pirámides de base cuadrada. O el de los Zapateros, entre las plazas Mestni y Novi, también de Plec˘nik, con balaustradas y pilares de diferentes alturas. Los domingos, en una de las márgenes del río entre ambos puentes tiene lugar el mercadillo de antigüedades, un viaje al pasado entre un sinfín de objetos de la antigua Yugoslavia. Al Ljubljanica se le despide al abandonar la ciudad en la esclusa diseñada por Plec˘nik a la altura del viejo edificio Cukrarna, antigua factoría azucarera. En el exterior, de nuevo un despliegue de la imaginación de su autor: columnas dóricas, motivos etruscos y hasta ecos de templos egipcios.
Plazas medievales, fachadas barrocas
El plano de la ciudad medieval aún se adivina en tres de sus principales plazas: Mestni, Stari y Gornji. Poco más queda de aquellos tiempos, salvo algunas casas en la plaza Gornji. A cambio, son muchos los elementos barrocos que aportan elegancia y personalidad a la ciudad. En la plaza Mestni, presidida por el campanario del Ayuntamiento, se encuentra uno de los puntos de encuentro favoritos de los habitantes de la ciudad: la fuente barroca de los Tres Ríos de Carniola de Francesco Robba, culminada en un obelisco, de nuevo un curioso guiño al arte romano. Poco importa que la original esté en la Galería Nacional y que la de la plaza sea simplemente una réplica. Otro punto de interés está en en el número 11 de Stari, donde se levanta majestuosa la Casa Schweiger, obra maestra del arquitecto Candido Zulliani.
Del castillo al cementerio
El castillo medieval domina la ciudad desde lo alto de una colina. A lo largo de los siglos se le han añadido más edificaciones. Del horror de sus tiempos como prisión apenas queda el recuerdo que se hace en las salas de exposiciones. Hoy alberga eventos culturales y cuenta con varios restaurantes y un café. Imprescindible subir a la Torre Vigía para llevarse una bella panorámica del casco antiguo. Al castillo se puede ascender a pie. Hay dos senderos: uno parte de la Plaza Vieja (Stari trg) y el otro desde el Mercado Central. Es un breve paseo de unos diez minutos. Más cómoda es la subida en el moderno funicular acristalado inaugurado en 2006, que se coge en la plaza Krekov (8 € incluyendo acceso a la Torre Vigía). Y, por supuesto, acercarse hasta Žale o El Jardín de Todos los Santos, el cementerio principal de la ciudad, también de Plec˘nik. Se trata de un compendio de diferentes capillas rodeadas de paseos en un despliegue de fantasía urbanística que aúna estilo griego y bizantino con guiños orientales.
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