Enamorándonos en Roma, eterna decadencia.
VIAJA Y DISFRUTA DE ESTE CIUDAD
El Coliseo es el símbolo de Roma. Se levantó en el 72 d.C. bajo la denominación de Anfiteatro Flavio.
Todos los caminos conducen a la eterna Roma, pero si realmente uno desea impregnarse de ella, una vez realizadas las rutas de rigor lo mejor es dejar la guía en el hotel y arrojarse a sus calles sin miedo, con la mirada inocente e iluminada de quien se deja sorprender, pues las entrañas del Imperio están cuajadas de rincones inéditos. Y uno de los mejores momentos para dejarse embrujar es el atardecer. Con la puesta del sol, desde la orilla del Tíber y durante unos largos minutos la basílica de San Pedro parece estar en llamas. Aunque la visión es igualmente hermosa desde los elevados jardines del Pincio, con una panorámica que se extiende por encima de la Piazza del Popolo y sobrevuela los armónicos edificios, palacios y cúpulas del centro histórico hasta posar la mirada en la mencionada basílica de San Pedro. Después, todo se va tornando añil y poco a poco la oscuridad va ganando terreno al fuego del ocaso. Los atardeceres en Roma son un espectáculo, la luz abraza sus contornos y parece estar viviendo en un decorado de cine. Sin leones ni gladiadores, sin vencedores ni vencidos, pero con hermosas luces y sombras, personajes de piedra y alguno que otro enfundado en un Armani, especialmente si nos hallamos en las calles vecinas a la Piazza di Spagna, sibaritas y finas, donde se reúnen las mejores firmas italianas.
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